¿Quién diría
que siendo ni siquiera un feto
tuve la culpa de poseer petróleo
y un amazonas de arena?
¿Quién diría
que no tuve culpa de poseer un nombre y un apellido
y por lo menos existir?
Nadie se negaría a mi culpabilidad,
porque tal fue el prontuario que me diagnosticaron
y tal el expediente en el que me formaron
que ahora, cuando estés leyendo estas líneas,
seguramente sea polvo y pólvora de plomo,
como también de seguro
seguiré siendo el culpable y la culpa
pero nunca el culpado,
porque ya no soy ni cristiano, ni judío ni musulmán,
soy medioriental
y eso es culpa y destrucción,
porque ¿quién diría
que en este momento,
en que me apunta a fuego destapado
mi propio vecino
y desde una azotea una G36
busca en mí su blanco,
mis ojos vidriosos piden perdón?
Lo más irritante para ustedes
a parte de mí,
es que con tan sólo un año
atenté contra dos gemelas
que ni siquiera llegué a conocer,
y seguramente ahora
cuando todos están muertos
y el resto destripado,
el culpable sigo siendo yo,
sangrante y sonriente,
culpable de lo que el capitalismo hizo
y de lo que el socialismo no pudo,
culpable de haber secuestrado bombardeos en mi casa
y culpable de lo que el anarquismo nunca logró,
culpa soy
de haber existido
y ser su espejo,
culpable soy
de que Arabia Saudita no sea Italia
y que Afganistán no esté en América,
soy la culpa
que Bush ni Trump
asumirán jamás,
soy la culpa
de no haber mantenido relación alguna
con Husseín ni Bin Laden,
soy la culpa
de haber existido pocos años
y de que mis brazos
ya se han salido de cuajo,
y también de que mi madre esté llorando mi muerte,
y seguramente dentro de poco,
con la misma identidad con la que nos fichan,
sea yo el culpable de la sequía en África
y de ser un niño que nunca quiso
estar en medio de una guerra
¿Quién diría
que siendo un simple infante
nunca supe lo que es un abrazo
coronado por unas manos
que no tiemblan el tic tac de un reloj?
¿Quién diría
que lo único que quise yo
era un minuto de paz
y poder vivir al menos eso?
¿Quién diría
que el único que me escuchó
fue Dios?
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